No se ni por donde empezar. Como ya os he dicho, estoy bastante decepcionada con el "voluntariado" del centro de salud de Katmandú (donde no necesitan ayuda no se puede hacer un voluntariado, así de simple), y es por eso que me animé a ir con mi prima Blanca a Kabilash, un pueblecito dejado de la mano de Dios donde habían construido una pequeña clínica. Conocí el proyecto de Kabilash el año pasado a través del blog de una médico de Canarias que había estado allí y que contaba maravillas de la experiencia, y desde entonces he estado en contacto con el hombre que lleva el proyecto, Ramesh.
El viaje comenzó en Boudha, donde nos recogieron a Blanca y a mi Ramesh y su hermano Rajendra en moto para ir a Nuwakot, que está a 30km de Katmandú, pero que se tardan dos horas en llegar porque la carretera es un auténtico barrizal en verano, que es la época de lluvias. Después de eso comenzó la parte difícil: tres horitas de trekking cargando con la mochila por mitad del campo cuesta arriba subiendo por rocas y riachuelos a las 2 de la tarde con el solazo nepalí. Casi muero.
La subida se me hizo realmente difícil, pero al final conseguí llegar a Kabilash. El primer sitio al que fuimos fue directamente a la clínica, y el recibimiento fue espectacular: estaba medio pueblo ahí esperándonos con una sonrisa en la cara y nos dieron a cada una un collar de flores, un ramo y un ramillete. Blanca y yo nos quedamos de piedra, en la vida habíamos imaginado tal bienvenida.
Después de tomar un poco de agua y descansar (que yo aún estaba taquicárdica de la subida) nos enseñaron la clínica y nos explicaron más o menos cómo va todo. La clínica tiene dos plantas, aunque la segunda está en construcción porque se han quedado sin fondos para seguir. En la baja hay un baño, una sala de partos y dos camas postparto, una sala para ingresar a los pacientes con tres camillas, un almacén y una consulta donde estaban todos los fármacos y la mesa del médico.
En la clínica trabajan tres personas: Santa, que es como un paramédico (ellos lo llaman health worker), Sunita, que hacía de enfermera pero no lo es, y Durba, que es el conductor de la ambulancia (y el que, en épocas de lluvia como ahora, al no haber carretera y por tanto no poder usar la ambulancia, traslada a los pacientes graves en camilla por ese camino que a nosotras casi nos cuesta la vida subir).
La clínica la montaron Ramesh y Rajendra hace tres años gracias a donaciones y poniendo de su propio bolsillo. La clínica no es un negocio, ellos no sacan dinero de ella, de hecho nos enseñaron las cuentas y actualmente pierde dinero. En Nepal toda la sanidad es privada, de manera que esta clínica, en comparación, es como una clínica de beneficencia. Los pacientes pagan 25 rupias por consulta (que son unos 20 céntimos de euro) y después tienen que pagar por los fármacos que se llevan, los cuales venden a exactamente el mismo precio que se venden en Katmandú, ahorrándose el paciente el transporte.
Ellos sacan el dinero para pagar a los tres trabajadores y comprar más fármacos de que las compañías farmacéuticas les regalan creo que un 20% de los fármacos (compran 10 cajas de ibuprofeno, le regalan dos más), y con este margen se las apañan como pueden para suplir los gastos. Las donaciones no se usan nunca para estos fines, sino para cosas concretas como comprar una ambulancia hace 6 meses o construir el piso de arriba.
Después de todo esto fuimos a "nuestra" casa, que era la de uno de los familiares de Ramesh y Rajendra. En Kabilash las casas son la cosa más rudimentaria que te puedas imaginar. La casa era entera de madera y fuera tenía como un porche con una especie de mesa sobre la que ponen una manta y la gente se sienta sin zapatos para charlar durante horas (y a lo que Blanca y yo acabamos llamando el "consejo de sabios"). La cocina tiene el suelo hecho de un material como de arcilla, y los fogones no son tal, sino que son agujeros en el suelo en los que ponen un fuego y sobre este la olla. El baño es una casetilla de madera llena de arañas del tamaño de mi palma con un agujero y un cubo de agua. No hay lavabo, sino una manguera, y la ducha es común para todo el pueblo y estaba a 4 minutos de la casa. Además, tenían varias cabras, un búfalo y una vaca. Nuestra habitación, sorprendentemente, estaba muy bien y limpia.
La gente de Kabilash fue increíble con nosotras desde el momento de nuestra llegada. Había una abuelilla que nada más vernos pasar salió corriendo a abrazarnos, la abuela de la casa en la que estábamos no paraba de hablarnos aunque sabía perfectamente que no entendíamos una palabra de nepalí, Ramesh y Rajendra se preocuparon por nosotras en todo momento, la familia con la que estábamos estaba siempre buscando que estuviéramos lo más cómodas posible y ofreciéndonos de todo, Durba el de la ambulancia acompañándonos a todos lados, Sandesh el veterinario viniendo a saludarnos todos los días a la clínica y a hacernos compañía, invitándonos a te y galletas. Es difícil describir cómo de acogida me he sentido en Kabilash, pero creo que en mi vida me habían tratado tan bien. Todo el pueblo tenía una sonrisa para nosotras, un sitio que cedernos en el consejo de sabios, una flor que regalarnos o un te para hacernos. Podría seguir hablando indefinidamente de la gente maravillosa de este pueblo, pero me quedan otras muchas cosas que contaros de Kabilash.
La comida allí era auténtica nepalí. Por la mañana, a las 6.30, tomábamos te con leche y galletas (aunque sospecho que esta última parte lo hacían por nosotras más que nada). La hora de la comida eran las 10 de la mañana (sí, lo se) y tomábamos daal baat, que es el plato típico nepalí y que consiste en arroz con lentejas y acompañado de otra cosa, como patatas o verduras. Como por la tarde solía entrarnos hambre, merendábamos otra vez te con galletas, y por la noche, a las 7-8, volvíamos a tomar daal baat. Hubo días que tomamos cosas especiales, como un arroz frito muy bueno, unos noodles, cabra (que a Blanca le tocó un trozo de hígado y se lo tomó con una sonrisa a pesar de estar sufriendo por dentro), pollo o pescado (que pescaron en una charca de menos de 15 metros cuadrados de agua marrón que había al lado de la casa). En general no comimos mal, pero la verdad es que el último día ya no nos entraba más daal baat.
En cuanto a la clínica, me quedé sorprendida con cómo funcionaba, porque después de ver el health post no me esperaba nada. Dentro de lo que Nepal permite, llevaban unas condiciones de higiene bastante tolerables, no daban a diestro y siniestro fármacos como hacían en el health post y parecían tener algo de idea de lo que hacían. Tienen además "bastante" material, como glucómetro, otoscopio, microscopio, desfibrilador que les hace de electro, AMBÚ, etc. Tenían fonendo pero era bastante malo y se pasaron todos los días que estuve ahí alucinando con el mío, así que se lo dejé en donación y le pusieron mi nombre para que quedara marcado quién lo había donado.
Vinieron pocos pacientes por culpa de las lluvias (Ramesh ya nos lo había advertido), pero aún así los que están enfermos de verdad vienen, hasta el punto de que llegó una señora subida en una cesta de mimbre que la llevaba un familiar aguantando todo el peso con una cinta a la cabeza a lo sherpa. Vimos como Santa ponía puntos, limpiamos muchas heridas (alguna un poco más necrosada de la cuenta), drenamos otra infectada, vimos pacientes con fiebre tifoidea, con vómitos, con diarrea, con gastritis, con artrosis, con faringitis, con conjuntivitis, con infección respiratoria, hipertensión, un SCACEST que diagnostiqué a una señora con disnea gracias al electro del desfribilador que tenían, un hombre con callos de fractura mal soldados desde hacía un año y un largo etcétera.
En definitiva, me sentí mil veces más útil que en el health post y, por primera vez, que estaba haciendo algo realmente de voluntariado. Santa sabe lo justo para tratar lo que ve normalmente, pero le faltan muchos conocimientos de cosas que puedan ir más allá de una neumonía o una diarrea (no es que yo los tenga tampoco). Santa nos preguntaba todo y nos dejaba hacer lo que quisiéramos (por él habríamos operado a corazón abierto si hubiese hecho falta).
En total estuvimos 5 días en Kabilash, y puedo decir que ha sido una de las mejores experiencias de Nepal. Me encantaría volver a Kabilash (aunque esta vez en invierno, que te suben en coche por la carretera y no hay que hacer el trekking), no solo porque considero la clínica un lugar merecedor de hacer un voluntariado en ella sino también por lo maravillosa y acogedora que es la gente. Si alguno está pensando en hacer un voluntariado de salud, que no dude en apuntarse a este proyecto porque no se va a arrepentir.
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