No se ya ni cuántas veces me he quedado mirando esta página en blanco con ganas de escribir. Nada en concreto, como hoy, simplemente contaros las mil y una cosas que me pasan por la cabeza, quizás porque como dicen algunos descargas la conciencia, esos pensamientos que te atormentan a diario justo en ese momento más débil del día, al meterte en la cama para dormir.
Muchos me animáis a que escriba. Algunos me decís que lo hago bien, aunque teniendo en cuenta que casi ni releo lo que escribo lo más probable es que sea vuestro cariño y las ganas de darme ánimos más que otra cosa. Pero a veces me da miedo escribir, me da miedo decir lo que pienso y cómo me siento porque en esta vida no todo el monte es orégano y uno no siempre está con los ánimos arriba. Y eso no significa que estés deprimido o que te vayas a cortar las venas. Ni siquiera que no seas feliz. Simplemente que eres humano y que, de vez en cuando, tienes uno de esos días.
Algunos quizás sabéis que estos últimos meses no han sido la vie en rose precisamente, que llevo un tiempo encerrada en esta cueva y que, aunque esté llegando la primavera, aún me cuesta sacar la cabeza para mirar al sol. He tenido más tiempo que creo que en toda mi vida para pensar, para reflexionar, para preguntarme por qué pasan las cosas y cómo puede ser que, como dice el gran Joaquín Sabina, que los cuentos que yo cuento acaben tan mal.
Por suerte, he estado muy ocupada también estos meses entre las prácticas en el hospital, el trabajo de fin de grado, la academia los fines de semana y los malditos manuales. De vez en cuando consigo algo de tiempo para salir a tomarme una cerveza o para hacer un mini viaje, pero tampoco es que me sobre el tiempo. Y aunque no lo parezca, eso es bueno, es genial tener tantas cosas que hacer que no tengas tiempo ni de sentarte delante de un ordenador a escribir todos tus pensamientos.
¿Conclusiones? Muchas. Tantas que prefiero reservármelas y que las busquéis vosotros mismos, pero sí os diré una cosa. Dejad de autodestruiros, dejad de cagarla una vez tras otra y, por una vez, pensad. Tomaos un segundo para tomar una decisión y, una vez tomada, haced lo posible por realizarla. Aunque suene a topicazo y megacursilada, la felicidad está ahí, al alcance de tu mano, y sólo tu puedes hacer algo por conseguirla. O eso me han dicho siempre.
jueves, 12 de marzo de 2015
martes, 3 de marzo de 2015
Querida Erasmus
Querida Erasmus:
"Ahora si que si. Después de temerlo tanto, de hablarlo tantas veces y de hacer mil planes para posponerlo, el fin de la Erasmus ha llegado. Vuelvo a Sevilla. Y digo Sevilla y no a casa, porque casas ya tengo dos, y una la estoy dejando atrás, en Via Pisacane 16/11, Génova.
Esto no te lo contaban cuando te dan la Erasmus. Siempre te hablan de las fiestas, de que no se estudia y de que se folla mucho (que para decepción de los tíos, lo lamento pero no). Pero no te dicen que cuando te vas dejas una parte de ti detrás. No te cuentan lo difícil que es subirse al tren, dejando a tus amigos al otro lado del cristal.
La depresión post-Erasmus parece un mito. Una payasada. Algo que los que no han hecho la Erasmus no pueden entender. No se echa de menos no estudiar. No se echa de menos salir de fiesta. Porque eso también lo hacemos en casa. Lo que se echa de menos es a la gente que conoces, con la que has hecho una amistad mucho más profunda y significativa al tener una fecha de caducidad, 10 meses en mi caso.
Todo empezó un 11 de septiembre. Casi llorando me subí al avión, con dos desconocidos de Sevilla que pasaban de mi salvo para ponerme el zapato en la cara y preguntarme si creía que olía mal. La primera semana fue terrible, tal y como te cuentan siempre, con ese ostello dejado de la mano de Dios, pero una vez que conseguimos el piso todo mejoró. Septiembre y octubre cargados de fiestas, todos los días había algo que celebrar, y cómo mejor que hacerlo que en el Banano y terminando en Pizza Sbrano.
Poco a poco vas haciendo amistades, y antes de que te des cuenta te sientes en casa. Coges más confianza con esas personas de la que has conseguido con la mayoría en años. Vienen las navidades, de las que todos nos alegramos, porque volvemos a casa, que se echa de menos la comida de mamá y por qué no, a los amigos de siempre y la familia.
Pero después de las vacaciones se ve diferente. Ya no acabas de empezar la Erasmus, sino que muchos se van porque se acaba su primer y único cuatrimestre. Has llegado a la mitad, y oh Dios, no has salido suficiente, no has hecho suficientes viajes y desde luego no te has emborrachado lo suficiente. Así que acabas tomando decisiones precipitadas que pueden acabar hasta en un coche quemado.
Pero bueno, todos los sábados tenemos el Dream, con la prefiesta que es lo mejor, oyendo los gritos del Sr. Casazza, tu vecino completamente loco, mientras otro loco en tu cocina canta “Vamos a tequila señorita bonita” a la vez que reparte a diestro y siniestro tequila que nadie sabe de donde ha sacado.
Y de repente, es mayo. Vuelve a abrir el Banano, que te recuerda a los inicios, pero a la vez te dice “ey, que la Erasmus está acabando”. La gente empieza a bromear con un “ultima serata insieme”, pero se ve que debajo de la broma lo que hay es miedo, miedo a que realmente llegue ese momento.
Y con este miedo te pasas los últimos meses, disfrutando al máximo cada minuto, cada conversación, cada risa. Cada comida, ya sean berenjenas, pasta con nata, un hervidito, una receta mágica que incluye quemar un ajo o, por qué no, chicken water. Sin darte cuenta llegan los últimos días, en los que empiezan a irse amigos, te despides de muchos, probablemente para no volver a verlos.
Es difícil. Es difícil subirte al tren, al avión o al coche. Es difícil vaciar tu cuarto, quitar las fotos, los posters, las postales. Ver lo que ha sido tu casa durante 10 meses completamente vacía, a oscuras tras cerrar las ventanas y dejando las llaves en la mesa, muy a lo Friends. Dar los últimos abrazos, que saben a poco, ya que nada más separarte vuelves a necesitarlo. Cerrar una puerta que no se volverá a abrir jamás.
Nadie te cuenta que te vas con un nudo en el estómago y con el corazón encogido. Con ganas de que el avión no aterrice, que de la vuelta y estés de nuevo en Génova. Pero no es así, esa es la gracia de la Erasmus, lo que la hace tan especial. Que son solo 10 meses – o incluso menos para algunos -, y tienes que vivirlos al máximo.
Pero te cambia. Te haces independiente, y aprendes a apañártelas tu solo. Te conviertes en alguien extrovertido (o en mi caso en alguien menos introvertido), más que nada porque no te queda otra. Aprendes a valerte por ti mismo cuando no tienes a nadie, y a hacer grandes amistades desde cero.
He hecho muchísimas amistades este año. Algunas más fuertes, otras menos. A algunas personas me las habría metido en la maleta y las habría traído conmigo a Sevilla. Pero aunque estén a 100 o a 2000km, las amistades reales, las buenas, las importantes, son las que durarán. La Erasmus, como beca, acaba. Pero la Erasmus, como experiencia, no. Porque se queda formando parte de ti. La Erasmus no es ir a emborracharse, a follar y a no estudiar. Es ampliar tus fronteras, buscar tus límites, conocerte, valerte por ti mismo, aprender un idioma, una cultura.
No se si estaré en las puertas de la depresión post-Erasmus, pero lo que si se es que no cambiaría la experiencia por nada del mundo. Todo lo que he vivido este año formará parte de mi de aquí en adelante, y nadie me podrá decir que he malgastado un año, que he tirado a la basura el dinero del Estado o que la Erasmus es un timo.
Y a los que os quedáis ahí, ya sea en Génova, Madrid, Valencia, Sevilla, Alemania, Milán, la Val Bormida entera, ojalá que hasta Lisboa, os doy las gracias. Gracias por haber hecho de esta experiencia algo único e irrepetible. Gracias por todos esos momentos que me habéis hecho pasar. Ahora lo que toca es recordar lo que hemos vivido con alegría en vez de con melancolía. Cuando se me pase la depresión, claro. Hasta entonces será llorera diaria.
L’erasmus non finirà mai."
Después de casi dos años, vuelvo a casa. El 20 de julio de 2013 cogí un avión para dejarte atrás, pero era cuestión de tiempo que las ganas de volver a ver mi ciudad me pudieran. Te he echado de menos, tengo que admitirlo. Me costó superarte y no pensar en ti cada mañana, pero gracias a la ayuda de mis allegados, he conseguido verlo como algo maravilloso que tuve la suerte de experimentar, y como tal te he guardado en un rinconcito de mi memoria.
Te escribo esta carta porque voy a volver a verte. Pasado mañana, concretamente. Cogeré un avión con mis compañeros del crimen y volaré a Milán. De ahí, un tren a Génova. Y volveré a pasear por tus calles, recorreré Via XX Settembre hasta "De Fe", cenaré en Pisacane mientras escucho al otro lado de la calle los gritos del Sr. Casazza, me iré de fiesta al Dream y me tomaré un vodka-lemon en el Bar Moretti.
Será como una pequeña luna de miel, un espejismo de 5 días de lo que una vez fue pero nunca más será. Sé a lo que me arriesgo subiéndome a ese avión, sé que es posible que no quiera volver y sé que no tendré más remedio que hacerlo. Se me volverá a caer la lagrimilla al despedirme una vez más, porque cada vez quedan menos de esas 2o veces más que nos íbamos a volver a ver en la vida. Y llegaré a casa y volverás a estar en mi mente cada noche a la hora de irme a dormir. Sí, sé a lo que me arriesgo.
Pero, ¿sabes qué? Me muero de ganas por verte.
Mi Erasmus acabó hace ya dos años y, aunque no lo parezca, sí que se consigue superar. Así que tanto si estáis aburridos en casa y habéis encontrado este blog por casualidad como si estáis a las puertas de vuestra propia depresión post-Erasmus, os recomiendo que leáis la reflexión que pongo a continuación. La hice nada más acabar la Erasmus, concretamente en el avión volando hacia Sevilla, y cada vez que la leo me hace sonreír ya que me recuerda esos grandes momentos que viví y me hace valorar muchas cosas que tengo y que no me doy cuenta en el día a día. Aunque esté feo que lo diga yo, merece la pena leerla porque ahí tengo más razón que un santo.
"Ahora si que si. Después de temerlo tanto, de hablarlo tantas veces y de hacer mil planes para posponerlo, el fin de la Erasmus ha llegado. Vuelvo a Sevilla. Y digo Sevilla y no a casa, porque casas ya tengo dos, y una la estoy dejando atrás, en Via Pisacane 16/11, Génova.
Esto no te lo contaban cuando te dan la Erasmus. Siempre te hablan de las fiestas, de que no se estudia y de que se folla mucho (que para decepción de los tíos, lo lamento pero no). Pero no te dicen que cuando te vas dejas una parte de ti detrás. No te cuentan lo difícil que es subirse al tren, dejando a tus amigos al otro lado del cristal.
La depresión post-Erasmus parece un mito. Una payasada. Algo que los que no han hecho la Erasmus no pueden entender. No se echa de menos no estudiar. No se echa de menos salir de fiesta. Porque eso también lo hacemos en casa. Lo que se echa de menos es a la gente que conoces, con la que has hecho una amistad mucho más profunda y significativa al tener una fecha de caducidad, 10 meses en mi caso.
Todo empezó un 11 de septiembre. Casi llorando me subí al avión, con dos desconocidos de Sevilla que pasaban de mi salvo para ponerme el zapato en la cara y preguntarme si creía que olía mal. La primera semana fue terrible, tal y como te cuentan siempre, con ese ostello dejado de la mano de Dios, pero una vez que conseguimos el piso todo mejoró. Septiembre y octubre cargados de fiestas, todos los días había algo que celebrar, y cómo mejor que hacerlo que en el Banano y terminando en Pizza Sbrano.
Poco a poco vas haciendo amistades, y antes de que te des cuenta te sientes en casa. Coges más confianza con esas personas de la que has conseguido con la mayoría en años. Vienen las navidades, de las que todos nos alegramos, porque volvemos a casa, que se echa de menos la comida de mamá y por qué no, a los amigos de siempre y la familia.
Pero después de las vacaciones se ve diferente. Ya no acabas de empezar la Erasmus, sino que muchos se van porque se acaba su primer y único cuatrimestre. Has llegado a la mitad, y oh Dios, no has salido suficiente, no has hecho suficientes viajes y desde luego no te has emborrachado lo suficiente. Así que acabas tomando decisiones precipitadas que pueden acabar hasta en un coche quemado.
Pero bueno, todos los sábados tenemos el Dream, con la prefiesta que es lo mejor, oyendo los gritos del Sr. Casazza, tu vecino completamente loco, mientras otro loco en tu cocina canta “Vamos a tequila señorita bonita” a la vez que reparte a diestro y siniestro tequila que nadie sabe de donde ha sacado.
Y de repente, es mayo. Vuelve a abrir el Banano, que te recuerda a los inicios, pero a la vez te dice “ey, que la Erasmus está acabando”. La gente empieza a bromear con un “ultima serata insieme”, pero se ve que debajo de la broma lo que hay es miedo, miedo a que realmente llegue ese momento.
Y con este miedo te pasas los últimos meses, disfrutando al máximo cada minuto, cada conversación, cada risa. Cada comida, ya sean berenjenas, pasta con nata, un hervidito, una receta mágica que incluye quemar un ajo o, por qué no, chicken water. Sin darte cuenta llegan los últimos días, en los que empiezan a irse amigos, te despides de muchos, probablemente para no volver a verlos.
Es difícil. Es difícil subirte al tren, al avión o al coche. Es difícil vaciar tu cuarto, quitar las fotos, los posters, las postales. Ver lo que ha sido tu casa durante 10 meses completamente vacía, a oscuras tras cerrar las ventanas y dejando las llaves en la mesa, muy a lo Friends. Dar los últimos abrazos, que saben a poco, ya que nada más separarte vuelves a necesitarlo. Cerrar una puerta que no se volverá a abrir jamás.
Nadie te cuenta que te vas con un nudo en el estómago y con el corazón encogido. Con ganas de que el avión no aterrice, que de la vuelta y estés de nuevo en Génova. Pero no es así, esa es la gracia de la Erasmus, lo que la hace tan especial. Que son solo 10 meses – o incluso menos para algunos -, y tienes que vivirlos al máximo.
Pero te cambia. Te haces independiente, y aprendes a apañártelas tu solo. Te conviertes en alguien extrovertido (o en mi caso en alguien menos introvertido), más que nada porque no te queda otra. Aprendes a valerte por ti mismo cuando no tienes a nadie, y a hacer grandes amistades desde cero.
He hecho muchísimas amistades este año. Algunas más fuertes, otras menos. A algunas personas me las habría metido en la maleta y las habría traído conmigo a Sevilla. Pero aunque estén a 100 o a 2000km, las amistades reales, las buenas, las importantes, son las que durarán. La Erasmus, como beca, acaba. Pero la Erasmus, como experiencia, no. Porque se queda formando parte de ti. La Erasmus no es ir a emborracharse, a follar y a no estudiar. Es ampliar tus fronteras, buscar tus límites, conocerte, valerte por ti mismo, aprender un idioma, una cultura.
No se si estaré en las puertas de la depresión post-Erasmus, pero lo que si se es que no cambiaría la experiencia por nada del mundo. Todo lo que he vivido este año formará parte de mi de aquí en adelante, y nadie me podrá decir que he malgastado un año, que he tirado a la basura el dinero del Estado o que la Erasmus es un timo.
Y a los que os quedáis ahí, ya sea en Génova, Madrid, Valencia, Sevilla, Alemania, Milán, la Val Bormida entera, ojalá que hasta Lisboa, os doy las gracias. Gracias por haber hecho de esta experiencia algo único e irrepetible. Gracias por todos esos momentos que me habéis hecho pasar. Ahora lo que toca es recordar lo que hemos vivido con alegría en vez de con melancolía. Cuando se me pase la depresión, claro. Hasta entonces será llorera diaria.
L’erasmus non finirà mai."
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