No se si alguna vez habéis viajado a un sitio tan diferente de vuestra ciudad que, al volver, parece un sueño confuso. Eso es justo lo que me pasa a mí cuando pienso en Nepal. Me parece que fue otra persona la que fue allí, o quizás sería simplemente yo en otra vida, o en un pasado muy lejano, ¿o quizás en un futuro? Sea como sea, yo, la que está sentada aquí delante del Mac escribiendo esto, me parece imposible que sea la que fue a Nepal.
Y este tiempo, que ahora recuerdo como si hubiera durado un segundo, fue nada menos que un mes. Un mes en el que conocí gente completamente diferente a la que había conocido hasta ese momento, un mes en el que viví en un monasterio budista despertándome con sus cánticos a las 5 de la madrugada, un mes en el que me abofeteaba a diario la realidad de la Medicina en los países subdesarrollados.
Y curiosamente, tan solo cinco meses después, parece que todo ha quedado atrás, que todo eso está en una realidad paralela, lejano a mi iPhone, mi día a día de prácticas en el hospital, mis series, mi estudio, mi todo.
Pero yo se que eso sigue ahí, que por muy lejos que parezca, la realidad es que sólo me separa de ello un avión de distancia (y no un viaje por el espacio-tiempo) y más de un día me gustaría coger la maleta e irme sin mirar atrás. Aquella vida tan simple y a la vez tan llena de felicidad. Aquella gente tan amable y tan dispuesta a ayudar. Quizás sea lo que necesito. Quizás sea lo que todos necesitamos. Un poco de felicidad.
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